Desde Adolf Hitler hasta Hugo Chávez, pasado por José Stalin y Kim Young, entre muchos otros, el progra-ma describe paso a paso el ABC de los dictadores, pero con la diferencia de que en sus tiempos no existían las benditas redes sociales.
Lo primero que hace un dictador es inventarse un formidable enemigo para generar entre los pobladores la necesidad de ser protegidos.
Después, ante las inminentes protestas de los inconformes, deja que se manifiesten hasta que el asunto termine en violencia, y entonces se repite la historia de que necesita actuar para proteger a las familias.
Todo ello acompañado, por supuesto, de una eficiente campaña de propaganda política en la que los ciudadanos tengan que exaltar su figura
para irlo convirtiendo, poco a poco, en una especie de dios.
Esta serie toma importancia porque algo similar está ocurriendo en México, luego de la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República, con las claras intenciones de en- quistar su Proyecto de Gobierno más allá de 2024.
No porque necesariamente tenga él que encabezar el Poder Ejecutivo de manera formal después de que acabe su sexenio, lo que significaría una reelección, sino porque desea tener el control y los hilos del poder por muchos años.
El tabasqueño sabe que no necesita dar ningún Golpe de Estado con el Ejército para que su proyecto perdure más allá de los seis años para los que fue elegido.
¿Qué tendría que hacer entonces? Muy fácil, apoderarse de las instituciones para establecer lo que el escritor peruano describió alguna vez como “La Dictadura Perfecta”, cuando el PRI era el amo absoluto del país y que por ello fue declarado non grato.
El problema para López Obrador es que su triunfo en las elecciones de julio pasado fue tan apabullante que se quedó sin enemigos. Desapareció incluso “La Mafia del Poder” a la que tanto apeló en campaña y que ahora está incrustada en su propio gobierno.
Las cámaras legislativas están bajo su control; los partidos de oposición fueron reducidos a chiquillada y los gobernadores del país –casi todos- se cuadran ante el poder presidencial que ha renacido con su llegada.
Eso lo deja sin enemigos a quienes culpar en caso de que no pueda cumplir sus promesas de campaña, que su propio equipo ya dijo que por el momento son irrealizables, pues no existe el dinero que, según él, estaba escondido por la corrupción.
De entrada dio un golpe de autoridad al cancelar el Aeropuerto de Texcoco, con todo y lo que ello signifique en recursos para el país. Su idea fue doblegar a los grandes empresarios y obligarlos a que lo busquen, a que ellos sean los que se acerquen a él.
Aunque con algunos problemas y protestas, pero lo logró de una manera más o menos fácil, con lo que “los empresarios rapaces”, como calificó a los grandes hombres del dinero en México, desparecieron rápidamente como enemigos.