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CDMX

Hugo Chávez, AMLO y otros

El populismo, cuando no logra el poder como AMLO, es patético; cuando lo logra es aterrador…

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Un reportero de un periódico español me ha preguntado, hace serán dos semanas, si podía ayudarle a establecer un paralelismo entre Hugo Chávez y Andrés Manuel López Obrador, o entre el populismo bolivariano y el de Morena. Le contesté como pude: no sé si quedó satisfecho (me pareció que no), pero creo que la pregunta merece una respuesta o dos. He aquí lo que le contesté.

Primero: “populismo” se ha vuelto una palabra vacía, que abarca casi todo y no aprieta casi nada. Probablemente siempre fue así, pero ahora más que nunca: es hasta entretenido ver cómo los políticos de facciones opuestas se pasan los unos a los otros la papa caliente, acusándose los unos a los otros de ser demasiado populistas, o de no serlo bastante, o de no entender cómo debería manejarse el término: ha sucedido el año pasado en Colombia (con Santos & Co: de guayabera blanca y su horrenda versión de la novena de Beethoven) y Gran Bretaña, este año en Holanda y Francia, sucede desde siempre entre PRD y Morena, y sigue sucediendo ahora mismo entre Maduro y la oposición venezolana, y entre Demócratas y Republicanos en Estados Unidos. No sugiero que todas estas situaciones sean parejas, porque no lo son: digo que la palabra “populismo” es absolutamente ineficaz para sacar a la luz las diferencias reales y específicas entre propuestas políticas que, además, se parecen cada vez más entre ellas.

Segundo: hay un populismo en el poder y un populismo sin ello: en los años 1920s, Mussolini se lo restregó en el bigotito de Hitler (hasta que este último le volteó la tortilla en la década sucesiva): pero ésos eran los años heroicos de la política como vocación y sin ataduras morales (no me miren mal: esto ya lo han reconocido politólogos e historiadores de todas las corrientes y afiliaciones ideológicas). Hoy, Maduro y el Castro supérstite se lo restriegan en la cara de su respectiva oposición, y la dinastía de los Kirchner en la cara de sus opositores con un pasado más populista que ellos; dejando a presidentes peruanos, ecuatorianos y bolivianos preguntándose “¿qué, no que había un solo populismo, el nuestro?”.

El populismo como discurso para conquistar el poder, no es lo mismo que el populismo para mantenerlo una vez conquistado: el primero ha funcionado y funciona, desde los años veinte y treinta, en el vacío de ideas y teorías serias, capaces de identificar los nudos del problema y señalar de manera certera dónde la espada debía de cortarlos. No ha sido nunca realmente pacífico y se ha apoyado desde siempre en grupos paramilitares, intereses económicos ocultos y apoyos internacionales de dudosa procedencia:

Otra cosa es el discurso populista una vez en el poder: después de la segunda guerra mundial se ha propagado como verdolaga en Europa, en Estados Unidos, en Latinoamérica y dónde más queramos buscar. Sólo que un hay detalle: el populismo en el poder es la otra cara (simpática y sonriente) de la represión, esa sí, mucho menos simpática: si quieren, hablemos de Stalin, de Franco, de Hitler, obviamente de Mussolini; pero, por favor, sin olvidarnos de McCarthy, de las bombas sobre Guatemala, del once de septiembre (en Chile, 1973, no en Nueva York, 2001), de los testigos muerto accidentalmente para que no salieran a colación detalles incómodos de ese 22 de noviembre de 1963 en Dallas.

El poder es canijo: te mira seductor e inocente mientras no te tiene en su cama, y luego saca las esposas sin las cuales, dice, el juego erótico no sería completo. Así que, querido colega español: no, no voy a comparar a Hugo Chávez con López Obrador: simple y sencillamente porque el primero sí estuvo en el poder (está, si olvidamos el pequeño detalle de que ya murió), mientras que el segundo no, y, al parecer, nunca lo estará, puesto que AMLO ha demostrado, desde hace trece años, una peculiar habilidad para inventarse alguna idiotez que lo aleja del poder cuando parece estar a tanto así de agarrarlo.

Si queremos encontrar un paralelismo convincente para Chávez, Maduro y su progenie bolivariana, conviene voltear hacia otros lados: hacia el PRI desde que aún no se llamaba así, pasando por el PAN de Fox y Calderón, y regresando al gabinete actual que tampoco canta mal las rancheras: aquí sí encontramos una tradición bien arraigada de populismo en el poder, con bastantes más años y más muertos y más víctimas sociales que las del bolivarismo; con la convicción de que tener un poder descompuesto sigue siendo infinitamente preferible a no tenerlo: quizás sólo los italianos recordamos el maravilloso cinismo de Giorgio Andreotti, quien por cincuenta años fue, en el mismo tiempo, el proteico e insustituible ministro de todos los portafolios, y el máximo operador político del crimen organizado en Italia: es cierto que el poder desgasta, decía Andreotti: desgasta a quienes no lo tienen.

El populismo, querido amigo periodista, cuando no logra el poder como AMLO (y, antes de él, Cuauhtémoc Cárdenas), es patético; cuando lo logra es aterrador: puede seguir teniendo su veta patética, como Hugo Chávez cantando las rancheras y haciendo profesión de fe guadalupana, o Maduro escuchando el pajarito que le transmite las últimas voluntades de su difunto jefe, o Fidel Castro explicando la diferencia entre una jinetera socialista y una prostituta capitalista: o como Bill Clíntoris semantizando, para el mundo entero, la diferencia entre un puro y un pene; o como ahora Donald Trump que parece seriamente decidido a quedarse sin agencias de seguridad y encarrilado a making America weak again. Pero atrás de ese patetismo está el uso impune y continuado del terror. No me preocupa Morena, me preocupa la violencia de estado: la hemos vivido en Europa, nosotros en Italia, ustedes en España y otros en Irlanda, Francia, Grecia, Turquía, Portugal y lo que se sume.

Pero aquí en Latinoamérica estamos a salvo: en México, como recita el espectacular del Periférico, por cada político corrupto hay millones de familias honestas (lo que, si no me fallan las estadísticas del INEGI, significa que los políticos corruptos son, a lo sumo, veinticinco); aquí el estado populista funciona bien; y si es el caso siempre está la opción de desaparecer unos cuantos estudiantes y mandar matar a unos pocos periodistas: nada que ya no se haya hecho, en otros lugares y otros tiempos.

* Semiólogo, analista político, historiador y escritor.

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