Alejandra Martínez
Dicen que dos rayos no caen en un mismo lugar, pero hace un año quedó muy claro para todos los habitantes de esta ciudad que dos terremotos sí pueden caer en un mismo día del calendario. Apenas a unos minutos que habíamos terminado un simulacro, de esos que ya eran costumbre y que parecían, incluso, un tanto obsoletos, cuando sin aviso previo la tierra empezó a moverse.
Justo ese día conmemorábamos el 32 aniversario del terremoto de 1985 y, como sucediera entonces, la sacudida telúrica de 2017 hizo evidente la mala calidad de las edificaciones, especialmente las más nuevas. Cierto que las comunicaciones se restablecieron en pocas horas y la energía eléctrica no tardó más de dos semanas en restablecerse por completo, pero no todo se arregló tan rápido, las escuelas, por ejemplo, fueron algunos de los espacios más afectados, y al día de hoy 45 centros aún están pendientes de ser utilizados.
Al parecer, los gobiernos aprendieron de la experiencia del ‘85, pues su reacción fue más rápida, los cuerpos de rescate se movilizaron de inmediato, lo mismo para rescatar niños que para acordonar zonas colapsadas.
La solidaridad de la gente también se dejó ver, aunque con matices diferentes a la de hace 32 años. Los millennials despertaron. “Éste es el surgimiento -se dijo- de esa apática generación”, y en zonas clasemedieras como la Roma y la Condesa, que destacaron entre las más afectadas, los llamados “hípsters” acudieron en auxilio de sus conciudadanos. El problema fue que, tan sólo unos días más tarde, esa misma sociedad solidaria intentó secuestrar los albergues, los espacios de ayuda y vetar todo lo que no fuera ciudadano, “químicamente puro”.
Pasada la crisis y la explosión solidaria, lo que ha predominado es el burocratismo, la politización, la lentitud y la escasa ayuda a los afectados. Todavía hoy al circular por la ciudad podemos ver edificios afectados, pero aún en pie. Según las cifras del gobierno de la Ciudad, ocho meses después sólo se habían demolido 45 de mil edificaciones afectadas.
Los apoyos para renta fueron cortos, de apenas tres meses, y nadie sabe bajo qué criterios se definieron y entregaron, y los censos levantados por las autoridades delegacionales no han sido reconocidos por la Comisión de Reconstrucción, lo que deja en estado de indefensión a miles de personas. Tan sólo Iztapalapa reporta 21 mil 800 casas afectadas.
Vino un pleito entre los diputados, el comisionado para la Reconstrucción y el Gobierno de la Ciudad por el dinero que se etiquetó para apoyar a la gente afectada y éste poco se ha podido utilizar. El tema de los damnificados se politizó. Hubo el intento de crear campamentos, pero el propósito se desarticuló. Hoy por hoy un sector de los capitalinos sigue molesto por la falta de atención.
Por las calles de la ciudad aún existen personas que se dicen afectadas y sin solución por los sismos de 1985, a los cuales hoy se suman los afectados del sismo del año pasado.
La bandera política que se usó para conseguir la simpatía de los afectados funcionó, y ahora el reto es cumplirle a esa gente. Proponer un nuevo censo es peligroso para el nuevo gobierno, que cuenta con la confianza de la gente de que se dará solución efectiva a los damnificados de Iztapalapa, Tláhuac, Xochimilco, Benito Juárez y Cuauhtémoc, solución rápida y sin distingo de preferencia política.
El sismo de 1985 fue el preámbulo de un cambio drástico en lo político y en lo social, permitió la llegada de la oposición a paso lento a los espacios de poder, vio el nacimiento de una nueva clase política y produjo transformaciones de forma y fondo en la Ciudad. El de 2017 fue la antesala para que un nuevo partido llegara al poder. Ya veremos el impacto social que se tendrá en los próximos años. Lo cierto es que no todo está escrito, solamente que la tierra, como la sociedad, se seguirán moviendo.
